---,--`-{@ Resistencia no violenta @}-`--,---

Pequeño espacio en el cual deseo contribuir a el conocimiento de la lucha no violenta... Se pueden lograr muchas cosas através de la 'NO VIOLENCIA' Gandhi logró grandes avances en la India con su lucha pacífica. En Yugoslavia se acabó con la díctadura Slobodan Milosevic haciendo uso de técnicas de protesta no violentas. Como dice Mahatma Gandhi: "La violencia es el miedo a los ideales de los demás"

7 de junio de 2007

OTPOR - la juventud contra Milosevic









http://www.unesco.org/courier/2001_03/sp/droits.htm

Texto de:


Christophe Chiclet: periodista e historiador francés.


Agrupada en un movimiento sin programa, sin violencia y sin jefe, la generación de los jóvenes de 20 años saca a la sociedad serbia de su letargo. Su única arma: los aerosoles de pintura. Su acción acabó con la dictadura.

Slobo, salva a Serbia: suicídate”, repetía a gritos un grupo de chiquillos en las calles de Belgrado, la capital serbia. Candidato derrotado a la presidencia en la elección celebrada en Yugoslavia el 24 de septiembre de 2000, Slobodan Milosevic, alias Slobo, se aferraba al poder. El 5 de octubre, caía el dictador.

Los partidos de oposición, la presión internacional, las manifestaciones de masas… Toda una serie de factores contribuyeron a derribarlo. La epopeya de Otpor (Resistencia en serbio) es única en los anales de los movimientos de protesta en Europa Oriental. Por sí solo, un movimiento de jóvenes sin jefes ni una ideología política definida cumplió un papel decisivo: Otpor, como una colonia de termitas, socavó las bases del régimen antes de que la cúspide se diera cuenta de que vacilaba.

Fundado por un puñado de libertarios en Octubre de 1998, Otpor tenía 4.000 afiliados a fines de 1999 y actualmente cuenta con 100.000. La gran mayoría de ellos no recuerdan la fecha en que nació el movimiento.

Un movimiento con escasos medios

Para conocerlos basta ir al 49 de Knez Mihajlova, la calle peatonal más elegante de Belgrado, donde los centros culturales francés, británico, alemán y estadounidense fueron saqueados por manifestantes contrarios a la OTAN durante los bombardeos de marzo de 1999. Allí, Otpor ocupó ilegalmente un edificio destartalado anexo a la universidad. Desde este exiguo cuartel general, cubierto de pintadas con el famoso puño de la resistencia, atestado de documentos, octavillas y carteles, partieron las iniciativas que neutralizaron el sistema político-mafioso instalado desde hacía 13 años en una parte de Serbia.



Sofía, Ana, Milos y Mihailo tienen entre 17 y 24 años de edad. Al llegar un periodista occidental, muchos de sus compañeros acuden a participar en la conversación en una habitación muy pequeña. Los cafés turcos se acumulan en un minúsculo escritorio. Cada cual se sirve, se intercambian cigarrillos, el ambiente es desenfadado. Primera observación: todos proceden de un medio social homogéneo. Sus padres, como la mayoría de los serbios, se las arreglan con 40 a 80 dólares al mes y empleos ocasionales de poca monta. Los abuelos, que se han quedado en el pueblo, envían algunos alimentos.

Muy pronto se aborda en la conversación la historia reciente. En 1989 los nacionalismos de todo tipo hundieron la federación yugoslava. La guerra estalló en 1991 en Eslovenia, se contagió pronto a Croacia y, por último, en la primavera de 1992, a Bosnia. Ahora bien, el ejército yugoslavo se basa en el servicio militar obligatorio. Todos los jóvenes fueron movilizados. A fines de 1991 se iniciaron las manifestaciones de la juventud de Belgrado. Nuestros militantes sólo conservan un vago recuerdo de esos sucesos. Cuando apenas tenían diez años, vivieron una guerra y fueron víctimas de privaciones y pauperización.

El 17 de noviembre de 1996, Slobodan Milosevic perdió las elecciones municipales serbias y las anuló. Decenas de miles de serbios se manifestaron en señal de protesta en Belgrado y en provincias. Los estudiantes, punta de lanza de la movilización, reclamaron el reconocimiento de los resultados. Finalmente Milosevic hizo algunas concesiones y, al cabo de tres meses, el movimiento se desintegró.

Objetivo: derrocar a Milosevic

Sofía Jarkovic, de 17 años, alumna de primer curso en un instituto de Belgrado, había participado en las manifestaciones junto con sus padres. Desanimada por el fracaso de esas acciones, el 20 de marzo de 2000 se incorporó a Otpor, cuya única finalidad era expulsar del poder a Milosevic. A su vez, Ana Vuksanovic, de 24 años, que prepara una licenciatura en literatura francesa, participó diariamente en las manifestaciones del 96-97. “En realidad nuestra meta no era suficientemente ambiciosa: pedíamos el reconocimiento de los resultados, cuando habría sido mejor exigir que se convocaran nuevas elecciones municipales, legislativas y presidenciales controladas por observadores extranjeros. Como a tantos otros, me descorazonó terriblemente este revés. Por eso me incorporé a Otpor desde su fundación, dos años más tarde.”

El movimiento se inició tímidamente, apartándose de los planteamientos manoseados de la oposición serbia. Entre tanto, Milosevic terminó por corromper a una parte de los municipios de oposición. La juventud estudiantil estaba asqueada de la política tradicional. Los líderes del movimiento de 1996-1997 optaron por el exilio, como lo habían hecho antes los desertores y rebeldes de las guerras de 1991-1995. Pronto se les sumaron los desertores de la guerra de Kosovo (marzo-junio 1999). En menos de diez años, se expatriaron varios cientos de miles de serbios. Constituían la flor y nata de la juventud democrática.

Así, la generación siguiente se encontró aislada. Tuvo que imaginar nuevas formas de lucha, vivir su propia experiencia. Con un imperativo: escapar a toda manipulación. Más que políticos, estos jóvenes son intuitivos. Tienen el ímpetu de la adolescencia que el régimen les robó.

Con esta sola arma lograron que sus padres y abuelos salieran de su letargo. Los adultos empezaron a avergonzarse de su apatía. A la agitación de pasillo de los partidos políticos o los cuarteles, prefirieron la labor de concienciación de su entorno próximo.

Los manuales de represión de la policía no habían previsto nada contra el despertar de la sociedad civil. Y Milosevic, encerrado en su torre de marfil, era incapaz de captar la efervescencia que terminaría por derribarlo.

Una de las principales ventajas de Otpor es la falta de jerarquía, regla de oro del movimiento, que funciona en medio de una alegre anarquía. “El 20 de marzo de 2000, me presenté en la sede”, recuerda Sofía Jarkovic. Estaba un poco nerviosa. Abrí la puerta y dije: “Buenos días. Me llamo Sofía y quiero militar en el movimiento.” Los chicos me pasaron un formulario de adhesión. Lo llené y me marché. Quince días después me llamaron por teléfono, me dieron una cita y me incorporé a sus filas.” Milos Stankovic, de 17 años, alumno de bachillerato en Belgrado, miembro de Otpor desde el 15 de febrero de 2000: “Entré en Otpor porque era contrario a los partidos políticos. Quería participar en los cambios, pues me resultaba intolerable que la gente tuviera que afrontar tantos problemas para sobrevivir.” Ana Vuksanovic: “Lo que me entusiasmó es que no había jefes y, por consiguiente, ningún riesgo de traición.”

En un año, el movimiento se implantó en cuatro facultades de Belgrado, sobre todo entre los estudiantes de primero y segundo. Su núcleo esencial lo constituyen tres grupúsculos: los Estudiantes Demócratas, la Unión de Estudiantes y la Federación de Estudiantes. Otpor estableció contactos con Nezavisnost (Independencia), el único sindicato libre de Serbia, pero también con el sindicato de jubilados y de trabajadores del armamento. Ello no obedecía a una finalidad política, sino simplemente al hecho de que los padres de algunos de los chicos pertenecían a esas estructuras. Ésta es una actitud típica de Otpor.

Resistencia hasta la victoria

El poder de Milosevic se endureció tras la pérdida de Kosovo, en junio de 1999. Sin embargo, florecieron en los muros pintadas y carteles que llamaban a la “resistencia hasta la victoria” contra los que ejercían el poder. Las consignas eran cada vez más irreverentes y, por consiguiente, incomprensibles para el miliciano de base y sus jefes (ver recuadro). El boletín Resistencia serbia circulaba bajo cuerda con una tirada de 100.000 ejemplares. Durante las vacaciones, los estudiantes universitarios, a los que se habían sumado numerosos alumnos de secundaria e incluso de primaria, sembraron el germen de la rebelión en sus familias, barrios y pueblos. Otpor se infiltró en las provincias. Las termitas democráticas estaban actuando.

Causaron sensación al lanzarse contra el sacrosanto ejército yugoslavo. Organizaron manifestaciones frente a los tribunales militares cada vez que era juzgado un desertor. Los adultos, que habían perdido tantos hijos en los frentes de Croacia y Bosnia, estaban profundamente conmovidos. Otpor estaba logrando un cambio de mentalidades. Los adolescentes ponían el dedo en la llaga. Sin violencia. La policía era incapaz de imaginar protestas de este tipo. En un año detuvo a 60 autores de pintadas o muchachos que llevaban la insignia del puño de Otpor, pero se resistía a vapulear a muchachos que tenían la edad de sus propios hijos.

Desde abril de 2000, Sofía empezó a participar en manifestaciones callejeras: “Un día un policía me arrancó la insignia. Pero no se atrevió a detenerme.” Ana fue expulsada de la ciudad universitaria por activista, junto con su novio Branko. Sus padres fueron citados por la policía.

En julio de 2000, Milosevic, que preparaba un golpe de estado constitucional, anunció elecciones presidenciales anticipadas para el 24 de septiembre. La oposición desunida terminó por constituir una coalición de 18 partidos, la DOS (oposición democrática serbia). Mientras celebraba su primer mitin, los representantes de Otpor le hicieron entrega solemne de una bandera negra con el puño blanco. No se trataba de un apoyo, sino de una advertencia: Otpor os vigila hasta la victoria final. No más chanchullos.

La ola impulsada por Otpor fue creciendo. “El 24 de septiembre no tenía la edad necesaria para votar”, explica Sofía. “Mis padres estaban contra Milosevic. Mi madre, Mira, quería votar por la DOS, pero mi padre, Dragan, pensaba abstenerse. Lo convencí de que votara.”

Derrotado, el dictador anuló las elecciones. La ola creció aún más. Todo el país se cubrió de las mismas pintadas: “Estás liquidado”. “Slobo, salva a Serbia: ¡suicídate!” La DOS, los municipios de oposición de provincias, los sindicalistas y antiguos militares tomaron contacto con nuestros jóvenes guerreros urbanos. Había llegado la hora decisiva.

Todos estaban listos el 5 de octubre. “Ese día arrastré a mi padre ante el Parlamento a las dos y media de la tarde”, recuerda Milos. “Por mi parte, me incorporé a los grandes batallones de Otpor frente a la facultad de filosofía”, afirma Sofía. “Nos quedamos hasta las tres de la tarde, luego avanzamos hacia el Parlamento. Todo el tiempo tuve miedo de la muchedumbre.” Ana: “Con otros cuatro muchachos, yo formaba parte de una brigada de choque de Otpor en enlace con la DOS. Nuestra misión era pedir a la gente que saliera a la calle. Fuimos de los primeros en ocupar radio B92, intervenida por las autoridades. Durante varias noches no pude dormir, tenía miedo de un contraataque del poder.”

Otpor habría podido disolverse ya el 6 de octubre, pero por desconfianza hacia los políticos, el movimiento decidió permanecer alerta hasta que se instaurara la democracia, sin ninguna claudicación. Mihailo Cvekic, de 18 años, alumno de bachillerato profesional en Belgrado, rama turismo, se afilió el 8 de octubre. “Fue debido a su papel decisivo el 5 de octubre. Antes no me atrevía a sumarme a ellos por temor a la represión, pero también a la reacción de mis padres y abuelos, admiradores incondicionales de Milosevic. Hoy se avergüenzan de ello.” Gradualmente, los adolescentes supieron inyectar una aspiración democrática en los cerebros familiares gangrenados por el nacionalismo.

“Sigo movilizada, hoy como ayer”, afirma Sofía. “No quiero entrar en un partido. Todavía necesitamos a Otpor. Aún no observo ningún cambio importante en la vida de todos los días.” “Para empezar, ya no tengo miedo”, dice Ana. “He encontrado donde vivir. Me siento aliviada y libre. Soy optimista, pero hay que tener paciencia. En todo caso, quiero quedarme en Serbia.” Y Milos añade: “Yo también deseo vivir en Serbia, aunque sé que un futuro mejor va para largo.”

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